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La poesía romántica. 2.0

martes, 24 de enero de 2017

¿Sabemos ver lo que otros han sabido mirar? Aportaciones al artículo de Antonio Muñoz Molina

Leo un maravilloso artículo (como casi todos) de Muñoz Molina "No haber sabido mirar" en El País y no me resisto a hacer un comentario para que lo leáis y lo entendáis, completando, en mi modesta aportación, lo que le falta para que vosotros, lectores menos preparados, lo podáis entender perfectamente (me refiero a los alumnos de 1º BACH). Quizá vaya a puntualizar alguna cosa. A veces me da un poco de miedo, pero ¡qué caramba!, de valientes es el mundo.

Antes de todo hay que leer el artículo.

Empieza, a mayor gloria de Walter Benjamin, hablando de una fotografía, la de Baudelaire realizada por Nadar. En ella destaca la mirada del autor "magnética", "que traspasa pero que huye" y yo creo que se trata de esta foto

Realizada en 1855 cuando el autor tenía 34 años. Con la mano de esa manera, está en la típica postura con la que se representa la alegoría de la melancolía.

No es la única que le hizo Nadar. Incluso en ese mismo año posó de pie y con las manos en los bolsillos, como lo tenéis a la derecha.

Molina dice que es la mirada de un hombre enfermo (sífilis) y la de un hombre desalentado. Pero yo todavía veo en estas dos algo que no consigo ver en la de Etienne Carjat, que es la que os pongo debajo, para mi gusto, la mejor de todas. Es casi diez años después (1863) y me atrevería a decir que parece un hombre de sesenta años aunque acababa de cumplir los cuarenta y dos. En esta la mirada sí que es penetrante pero huidiza a la vez y sí que es un hombre con menos fuerza que en las anteriores.

En las primeras no había publicado Las flores del mal (1857) y estaba en el proceso creador. Es en 1863 cuando escribe "El pintor de la vida moderna" y aquí aparece casi como uno de ellos. Después de estas fechas ya en el 1868 publica Despojos, muy significativo, y es cuando verdaderamente sale a la luz "El pintor de la vida moderna" aunque muchísima gente lo había leído antes.



Cierto es que detestaba la fotografía porque un autor que amaba la belleza decía que la fotografía no buscaba esta, sino la verdad. Amaba el arte y la pintura porque se dedicaba desde los veinticuatro años a hacer críticas  de los Salones (de pinturas) y tenía el ojo acostumbrado a mirar. Por ello, Molina dice que "La mirada de Baudelaire es una de las primeras de escritor que conocemos de verdad" porque sabemos cuáles eran sus gustos ya que los dejó escritos.

Entre sus ideas encontramos que prefiere a Delacroix frente a Ingres, que habla del maquillaje de una mujer como obra de arte o de los juguetes y no le gusta la escultura porque su tiempo no había llegado aún (todavía Rodin no trabajaba). 

El primer retrato de autores es el de Balzac de 1842, realizado  por L. A. Bisson. Así, con la mano en el corazón y con la camisa abierta y el rostro que no nos mira, se me ocurre pensar en aquel autor que escribe Las ilusiones perdidas. En 1843 la terminó de publicar. Maravillosa historia en donde narra las vicisitudes de Lucien de  Rubempré, que es un joven que intenta abrirse paso como escritor primero, periodista después y cuya ambición casi acaba con la familia de su hermana y cuñado.

Pero a cualquiera le puede parecer la de un hombre vulgar. No arreglarse para la posteridad no es de muy buen gusto Monsieur Honoré, al menos podía haber mandado planchar la camisa.


La fotografía de Thomas Quincey a la que hace referencia Antonio Muñoz es esta. Para él es la foto de un hombre "viejísimo" (recordemos que murió con 64 años pero no podemos pensar en cómo están ahora los hombres de esa misma edad, que gozan de una segunda juventud). Hay, según él, un "peculiar anacronismo".

Cierto es que nació en el momento en el que irrumpía en Europa el Sturm und drang, movimiento prerromántico, y que para cuando realizan esta fotografía el romanticismo había desaparecido aunque estaban en estado larvario los  movimientos parnasianos y simbolistas, es decir, una segunda generación del romanticismo que aspiraba a otro tipo de literatura que no fuera la realista.

Yo veo que es la foto del hombre que ha vivido tan rápidamente que el tiempo y los malos hábitos han tatuado en su cuerpo esa mala vida. Entre las obras del autor están Las confesiones de comedor de opio inglés o Suspiria de profundis. Sus obras fueron manuales de práctica para los autores de la generación de Baudelaire y un poco posteriores.

Este es el daguerrotipo que se tomó en 1849 de Edgar Allan Poe. La que Muñoz Molina ve es la de un hombre muy cercano a la muerte. Su mirada "entre de pavor y lástima de sí mismo".  Parece que no muestra la agudeza del escritor de "El cuervo". Apenas llegaba a los cuarenta años de edad pero había sufrido la muerte de su esposa, con la que se casó cuando ella tenía 13 años, y antes la de sus padres cuando era un niño. Pero eso no es lo que nos comunica. Nos cuenta con la mirada que es un hombre derrotado por el alcohol y por sus fantasmas.

La relación de estos dos escritores con la obra de Baudelaire no es gratuita porque ambos fueron fundamentales para la formación del francés. Este tradujo los Cuentos extraordinarios a la lengua gala. Dice de el escritor americano que tiene "la pluma más poderosa de la época" (cuando hace referencia a su cuento "El hombre de la multitud)

La palabra modernidad fue inventada por Baudelaire. Cierto. Pero también es cierto que las miradas que hay aquí, en las fotografías no son lo que nosotros vemos dentro de ellas aunque pueden llegar a serlo. La fotografía no recoge la realidad exactamente. Cuántas veces hemos visto que fotografías que querían decir una cosa parece que dicen lo contrario. Una foto de ahora es un instante, aunque las de entonces eran mucho más lentas. Vemos lo que nos presentan en la superficie. Lo que permanece en el interior eso ya es más difícil saberlo porque juzgamos sabiendo lo que ha sido de ellos y lo que hemos leído en sus obras o visto en sus pinturas.

Por eso nos parece poderoso el gesto de Balzac y creemos que la mirada extraviada de Poe es por su alcoholismo y no por otra cosa menos "heroica". La fotografía depende de la mirada del fotógrafo, quizá por eso la de Carjat es tan maravillosa, porque era uno grande y la que hizo la del pobre Poe, no. La mirada del fotógrafo es primordial para llevarnos de la mano a lo que él quiere que veamos. De qué habríamos visto nosotros una foto como la que pongo de Atget si este no hubiera tenido ojos para verlas y arte para fotografiarlas.


A mí me encantan los retratos que me cuentan cosas, pero me ocurre como con los libros que, si bien parecen reales, son ficción. Una vez que se hace un retrato como estos, puro arte, ya estamos dentro del campo de lo "literario" y la imaginación es muy potente.

Lo que ellos veían era su modernidad, sin saber que, una vez que uno es moderno, es obligatoriamente antiguo para la siguiente generación. O si uno no lo es exactamente  para su generación, puede llegar a serlo en la siguiente. Quincey y Poe fueron modernos a su manera en su juventud, pero cuando se hicieron las fotos ya no lo eran. Conocidos sí, pero no modernos. Les tocaba el turno a otros.

El pintor de la vida moderna no era ni más ni menos que "Sr, C. G." o lo que es lo mismo Constantin Guys, al que Muñoz Molina califica de "digno e irrelevante". No voy a decir otra cosa. No me gusta mucho, a casi nadie, diría yo.

Pero a él sí. La mirada de los autores a veces sorprenden. Nuestro Cervantes fue capaz de juzgar la modernidad de Tirante el Blanco mejor que sus contemporáneos, a los que no les gustaba mucho. La Generación del 27 sacó del olvido la obra de Góngora porque llegaron a entender el poder brutal de sus metáforas. Quien dice si dentro de cien años los escritores del futuro juzgan estos autores de otra manera.
Yo  os voy a presentar a Guys. Es el autor de estos dibujos de mujeres, que apenas dicen nada hoy en día. 

Él ha visto su "alma brillante" con la que firma y ha visto también que no se trataba de un "artista sino más bien un hombre de mundo", que lo "comprende". Baudelaire nos da un consejo. Si queremos conocerlo, "debemos tomar nota de la curiosidad, que es el punto de partida de su genio". Tenemos que imaginarnos a un artista que espiritualmente esté convaleciente (es el momento en el que apela a Poe en su cuento "El hombre de la multitud") y tendremos a Guys.

Para Baudelaire la convalecencia de Guys es su capacidad infantil de ser curioso y ver todo como si lo viéramos por primera vez. Nos dice que le veamos como "hombreniño" que observa todo.

También lo define como dandy, pero no un dandy cansado de todo, a esos no los puede ni ver el Sr G.

 Baudelaire sigue y no duda en definirlo como "caleidoscopio", eso sí, "dotado de consciencia" para representar la vida de la ciudad y para apreciar el cambio de la moda y la nocturnidad. La última palabra con la que define al autor antes de entrar en el tema de la modernidad es la "ingenuidad", la de su percepción de las cosas. Y sí, sus obras nos parecen ingenuas,

Lo que ve el autor de Las flores del mal es que la finalidad de este pintor y acuarelista es pintar la modernidad. El poeta cree que primero el pintor estuvo buscando la vida para luego ponerse a pintarla. Luego va más lejos porque otra cosa que destaca es que el autor pintaba de memoria y tenía "fuego" en su ejecución. Creo que desprecia la imitación de los "realistas impresionistas" que se sientan delante de las cosas y las pintan tal y como las tienen delante.

Ahondando un poco podríamos asegurar que lo que destaca de CG es lo que hace el sincretismo de Gauguin y los Nabis: la pintura de memoria y el perfilado oscuro de los contornos. Claro que carece de todo lo que nos aportan estos más allá de la ejecución.

La obra acaba con un  repaso de sus temas entre los que están ciertos lugares como Crimea, el dandy y la mujer, sin duda uno de los más importantes. Llega el poeta a realizar ese elogio del maquillaje del que ya hemos hablado.
Me extraño de que Muñoz Molina no haya visto esto en la obra de Baudelaire aunque ahora no la podamos compartir exactamente porque nuestros gustos van por otros derroteros. Sería más acertado que el papel que otorga a Guys lo tuviera Manet, del que dice el autor del artículo que no dice nada.



Veamos esta conocida obra de Fantin Latour llamada Homenaje a Delacroix (1864), en la que aparecen entre otros Baudelaire (sentado a la derecha del espectador con el pelo largo). Pero también están dos importantes artistas Whistler y, sobre todo, Manet que es el hombre pelirrojo de pie a su lado, que tampoco dibujó a Baudelaire y sí a Zola, a la sazón, un autor realista con el que tuvo sus más y sus menos.

Esto es elucubración mía,  pero lo que el escritor pudo ver en las pinturas de Manet era lo que critica en su  ensayo: la deuda con los clásicos, el estudio de los pintores españoles como Velázquez o Goya, que lo "alejaba" de la modernidad entendida como la entiende él. En el caso de Olimpia, es muy conocido la modernización de La Venus de Urbino de Tiziano.

Pero no se puede decir lo mismo de Música en las Tullerías, cuyo tema es "moderno" a rabiar. Quizá a Manet no le hacía falta porque la posteridad entendería dónde está lo moderno y dónde lo atemporal de este pintor. No nos equivocamos al decir que es mejor que Guys. Pero Manet es el pintor de lo moderno pero no de la vida moderna.

"...para que toda modernidad sea digna de convertirse en antigüedad, es necesario que se haya extraído la belleza misteriosa que la vida humana introduce involuntariamente. A esa tarea se aplica particularmente el Sr. G.", dice Baudelaire. Se aplicó el hombre, pero quizá no lo consiguió o quizá sí. Porque de verdad que creo que Manet pintaba para la posteridad, para convertirse en antigüedad y eso es lo que refleja en su cuadros quitando la verdadera moda. Pero Guys pinta para los de entonces, como Fernando Vizcaíno Casas escribía para una parte de aquellos que vivieron la transición y por eso vendió todos los libros del mundo aunque no creo que resista, por ahora, a convertirse en clásico.

A mí me recuerda a los dibujos de Ferrándiz que marcaron una época y que muestran la blandura de lo cursi como podemos ver en el caso de Guys. A lo mejor los ojos de quien escribe no aciertan pero no creo que se le juzgue como a José Ramón Sánchez, otro creador del imaginario infantil de los setenta, mucho más versátil. Mis ojos no lo verán pero quizá los vuestros sí.





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