Y una vez más me piden que realice algo parecido entre publicidad y arte con comentario. Como no se me ocurre qué hacer, voy a lo fácil y me pongo a revisar la serie de fotografías sobre cuadros que realizó Mario Sorrenti para la casa de modas Ives Saint Laurent en 1999.Tiene que ver con lo que ya hemos comentado en otras entradas y que ya viene siendo una manía bastante grande, la de utilizar el arte, en concreto la pintura, como fuente de la fotografía. Parece que no hay ningún grande que se haya resistido. No me parece muy buena y creo que Sorrenti no entiende las obras que emula. No se trata de utilizar la obra de arte y chimpún, como hace él. Se trata de que haya un diálogo en el que el autor moderno avance en algo. De todas quizá solo una se salve y eso es lo que propongo.

En la de la marca YSL la mulata no parece ser su criada sino la amante que espera a que él vuelva su

Desayuno en la hierba del mismo autor fue igualmente transgresora porque entre otras cosas contaba con mujeres desvestidas o desnudas delante de hombres. La mirada se volvía al espectador y no había ninguna causa para que esta escena estuviera pasando delante de unos ojos puritanos. Claro que había fuente clásica (Giorgione) pero la supera en el naturalismo de una pintura moderna, fresca y extraña. Aquí la modelo Kate Moss es la vestida y los modelos masculinos se han desnudado. Vale. Pero sigue siendo fallida. El que debería mirar al espectador es uno de ellos. Debería interactuar con nosotros mientras que la mujer debería tratar al hombre como es tratada en la obra de Manet, es decir, fríamente.
Si nos fijamos bien los hombres están yendo a lo suyo despreocupados de la fuerza erótica femenina que les rodea. Parecen tener una conversación filosófica o de negocios que ella estaba atendiendo hasta que alguien entra y molesta su atención y la del otro caballero. Aquí en la fotografía de moda hay una distancia entre los tres como la que proyecta ella con nosotros, que tampoco es sensual sino perdonavidas. El punto de vista desde el que se toman las fotografías en la que quedamos nosotros ligeramente por debajo ayuda a esta sensación.
Si nos fijamos bien los hombres están yendo a lo suyo despreocupados de la fuerza erótica femenina que les rodea. Parecen tener una conversación filosófica o de negocios que ella estaba atendiendo hasta que alguien entra y molesta su atención y la del otro caballero. Aquí en la fotografía de moda hay una distancia entre los tres como la que proyecta ella con nosotros, que tampoco es sensual sino perdonavidas. El punto de vista desde el que se toman las fotografías en la que quedamos nosotros ligeramente por debajo ayuda a esta sensación.


La que pongo abajo es la obra de Hipolito Flandrin llamada Desnudo de un hombre sentado al borde del mar de 1864. Este pintor representa la pintura de corte academicista, muy criticada en estos días. Sigue gustando a todos menos a los estudiosos del arte que ven en ellos unos ejecutores magníficos pero de poca consistencia artística. Ahora se prefiere a los rompedores, los que en contra de las normas propuestas por las diferentes instituciones hicieron de la pintura la revolución, la batalla, la vanguardia. Flandrin, como Bourgereau o Cabanel eran muy buenos profesionales pero ¿de verdad eran genios de la pintura?
Discusiones bizantinas aparte, al público le gusta por su ejecución y porque hay un algo que no se comprende. ¿Qué hace este hombre ahí, en una roca, desnudo y en esa actitud? Nos recuerda al romántico frente al acantilado de Friederich. No comprendemos nada y eso nos pone en alerta. Además la ambigüedad nos lleva a imaginar diversas historias (no hay una sola) para comprender el momento en el que esa instantánea puede estar.
Con la inclusión de la mujer que nos mira ya hay historia. No podemos evitar relacionar las dos imágenes contrapuestas en nuestra cabeza. Se trata de la personificación de la antítesis. Hombre-mujer/ vestido-desnudo/ introversión-extroversión. Muy evidente a primera vista. El aspecto lánguido de la mujer y que nos mire directamente ayuda a querer conectar con ella y a comprender qué le pasa. Parece que ya encontramos una fotografía "no fallida", pero no. La fuerza sobrecogedora del solitario se rompe con todo la anecdótico. Todo lo que incluye no mejora en nada el original y deseamos que ella se vaya par poder seguir imaginando lo que Flandrin propone.
La pintura tenebrista de abajo no es ni más ni menos que Magdalena penitente, de George de La tour de 1644. Era general representar a este personaje de dos maneras. Por un lado bella, con los frascos de perfumes utilizados para lavar los pies de Jesucristo. Era la representación de la mujer "cortesana", bella, provocadora y pecadora, deseosa de acabar con su mala vida. Un tiempo después de dejar todo ello para seguir a Cristo, María Magdalena es pintada como ermitaña. Sus ropas feas, su cara lavada y con las marcas del dolor y de la penitencia. Aquí representa la vanitas. La calavera nos dice "memento mori" y su actitud reflexiva invita a la contemplación a la lectura, a dejar el mundo (comtemptus mundi) o la reflexión sobre el paso del tiempo (tempus fugit)
Si por algo es elegido este lienzo es por la actitud de la figura, mirando lo inconsistente de la luz, que se convierte en la verdadera protagonista. Ilumina lo que el autor quiere, entre otras cosas las piernas de esa mujer que es el descuido y la introspección. Nunca la belleza que había sido sino el rasgo del barroco sobre la caducidad de nuestra estancia en la tierra.
La inclusión de la figura masculina vuelve a desequilibrar la composición y el significado, no avanza nada y despista. Ella ya no piensa en lo que verdaderamente tiene sentido en la vida y vuelve a mirarnos sin vernos. La luz única se convierte en algo anecdótico y nunca primordial. Las ropas, que recuerdan las de su fuente, son mucho más elegantes y el hombre, que la mira parece querer comunicar algo. Mucho más cerca su rostro de las obras prerrafaelistas que de las barrocas. En definitiva otra copia sin más que no genera nada más que un vago recuerdo al original.
Si por algo es elegido este lienzo es por la actitud de la figura, mirando lo inconsistente de la luz, que se convierte en la verdadera protagonista. Ilumina lo que el autor quiere, entre otras cosas las piernas de esa mujer que es el descuido y la introspección. Nunca la belleza que había sido sino el rasgo del barroco sobre la caducidad de nuestra estancia en la tierra.
La inclusión de la figura masculina vuelve a desequilibrar la composición y el significado, no avanza nada y despista. Ella ya no piensa en lo que verdaderamente tiene sentido en la vida y vuelve a mirarnos sin vernos. La luz única se convierte en algo anecdótico y nunca primordial. Las ropas, que recuerdan las de su fuente, son mucho más elegantes y el hombre, que la mira parece querer comunicar algo. Mucho más cerca su rostro de las obras prerrafaelistas que de las barrocas. En definitiva otra copia sin más que no genera nada más que un vago recuerdo al original.
La Gioconda es la obra más conocida de Leonardo y que ha acaparado miles de palabras y cientos de libros y elucubraciones. No se puede ir al Louvre y observarla salvo por casualidad. La foto de Sorrenti... pues vale, pero nada más. Lo más importante podría hacer sido la luz. Esa luz que maquilla a la mujer en el cuadro de Leonardo y que la difumina casi desde los primeros planos. Las sombras y las veladuras ocultan y potencian lo que el autor quiere. Luego el fondo.

Ella mira al espectador y nos atrae. Aquí nos sigue mirando pero no podemos hacer solo caso a ella. debemos compartir mirada. Pero el hombre con los tatuajes nos cautiva más (no porque sea fémina, sino porque es la nota discordante) Como no nos mira vamos a ver qué es lo que nos dice y.. nos damos cuenta de que tampoco la mira a ella. Está ensimismado en su actitud prerrafaelista.

En la fotografía moderna ya no hay amor que se ha convertido en el joven guapetón que también se mira al espejo y "pasa" de la bella mujer que hay a su espalda. La lectura no puede ser tan desoladora, ambos complacidos en su narcisismo se olvidan de que quizá es mucho más interesante hacer algo juntos. Es como si los dos estuvieran jugando con sus teléfonos móviles en vez de estar a otra cosa juntos. Yo, desde luego, es que no lo entiendo.

Lo que rompe otra vez el sentido de esta recreación es el caso de los sexos contrarios. Las cortinas y la bañera con tela, a la usanza de la época, nos vale. Pero perder el fondo que en el lienzo de Francois Clouet es fundamental ya dice mucho. El cambio de papeles, que es lo que aquí se muestra transgresor no está mal. Un poco manido pero bueno. Está claro que el varón es el que realiza el papel de la amante del rey por el anillo. Pero así no sabemos qué es lo que quiere decir. Yo creo que la simple imitación de la obra de arte no me vale como he dicho antes y esperaba que hubiera algo más que nos intrigue, nos provoque o nos deje maravillados y, con esto yo no lo estoy.


aquí se ha quitado. Sigue resultando curioso que lo que nos remueva sean los mismos pensamientos de por qué la mujer está desnuda y el hombre no. Aunque ella lleva la carga sensual de la fotografía, el parece pensativo y nos enfría. Sigo prefiriendo el original a pesar de que me molesta un poco como mujer el por qué se hacían estos cuadros íntimos pero también me molesta que en revistas que quieren ser serias haya reportajes de mujeres desnudas como ocurre con Interview. ¡Qué le vamos a hacer!


Porque ella no está en una cama sino en un diván en donde se está desvistiendo. La cortina separa la parte del baño en donde está cayendo el agua. Tiene recogido el cabello para no mojarlo. Que pueda tratarse de la favorita de un rey oriental o la de uno occidental, que se trate de una cortesana de lujo o no ya no lo podemos saber. Lo que sí sabemos es del gusto por este tipo de pinturas que a los hombres resultaban sugerentes.
Ahora la modernidad de este dormitorio en el que el hombre vuelve a estar vestido y ella no ya nos despista. No comprendemos por qué lleva ella el pelo recogido así y por qué el no se está desvistiendo si lo que parece es lo que se supone. Qué les ha detenido así y por qué ella mira hacia él en esa pose tan rara y él nos vuelve a mirar no sabemos si perdonándonos la existencia o pidiéndonos consejo de qué hacer en semejante momento. Como estoy ya cansada de decir vuelve a perderse el contenido de la obra y no mejora la inclusión de otra figura.

Así podríamos decir que la introducción de la figura masculina no se aparta de lo que han hecho otros y podría resultar un acierto. Pero no. Es la tónica de lo que hemos comentado anteriormente. Hay una desunión entre las dos partes de la obra y no se mejora nada. He de decir que ni siquiera tomando todas las fotos en conjunto podemos hacer una lectura positiva.


Este cuadro es muy interesante porque es la pintura de una violación, Se llama El cerrojo, es de Fragonard y lo pintó en 1778. Su estilo es rococó, que a los críticos de hoy en día les parece superficial y bastante anodino. Sin embargo, hay obras como esta o la de El beso robado que nos resultan interesantes para saber lo que se cocía por entonces. Sorrenti imita dos cosas: la mano en el cerrojo, que dice mucho de cada una de las imágenes y la cortina roja que, en principio no es necesaria para la interpretación pero que compositivamente es esencial.
Lo que no veo muy claro es la diferencia de poner al hombre desmayado y una sombra como de parca que se introduce en la cortina roja. Me recuerda a Tumba ¿dónde está tu victoria o Fatalismo de Toorop, esas curvas que salen del cuerpo del hombre. Al haber dos personajes en la obra original, ser de sexos opuestos y estar relacionados no hay un desencuentro en la fotografía de moda. Ahora podemos pensar en una historia y ser, además, interesante. ¿Por qué cierra la puerta?, ¿la está abriendo? ¿está desmayado o dormido? ¿Ha muerto y ella es la muerte? En fin, dejo libre la interpretación de la única que quizá por equivocación sea la verdadera obra de un fotógrafo con clase.
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