En junio de este año se empieza a conmemorar el aniversario de la Embajada Keichô, que trajo a un samurái japonés, cercano a Date Masamune,daimyo de Sendai en época del shogun Ieyasu Tokugawa, y a otros samuráis a la corte de Felipe III y a Roma. La embajada no dio los frutos que este Shogun pretendía, principalmente relacionados con abrir vías comerciales y acabó ya desde sus inicios con un fracaso en todos los sentidos menos en el que nos interesa, en el histórico.
Yo estudié hace un tiempo un biombo de la escuela novohispana que tenía relaciones con el arte namban, es decir, aquel arte de los bárbaros del sur (lo que quiere decir la palabra)y que va a ser una de los importantes testimonios de ese intento de relación de la España de los tercios de Flandes con las islas orientales. Tanto la embajada como las peripecias del samurái son bien conocidas porque ahora se editan libros sobre él y se le levanta estatuas en pueblos como Coria del Río.
Pero yo hago mi homenaje con este trabajo que tiene mucho que ver con el proceso de sincretismo que el arte novohispano, es decir el mexicano de la época, tuvo gracias a esa y otras influencias.
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